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11 Septiembre - 11 Octubre 2014
Calle Almadén 13, Madrid

QUIETUD
PARTÍCULAS ELEMENTALES EN EQUILIBRIO (LA MANO DE HOULLEBECQ)
BREVE SENDERO HACÍA DONDE NADIE IMAGINA
EL BALANCEO DE UN TORNADO
EL ANCLA PENDULAR DE FOUCAULT
LA MONTAÑA MENGUANTE
LA MIRADA ORDENADA QUE SE TRAGÓ UN OCEANO INTERESTELAR
LA TARDE EN QUE MI PADRE ME PRESENTÓ
MAPA PARA ENCONTRAR POLINOMIOS
SEIS GRADOS BAJO TIERRA
MICROMACROUNIONES. TODOS MORIREMOS ALGÚN DÍA EN EL REGAZO DE UN CIERVO VOLANTE
LA LECCIÓN APRENDIDA
UN HORIZONTE PERTURBADOR Y EN ESPIRAL (SERIE: LOS SEIS SUEÑOS DE SAGAN)
EMPATÍA TUBULAR CON UNA MANERA DE HACER LAS COSAS QUE ME GUSTABA (SERIE: LOS SEIS SUEÑOS DE SAGAN)
HAMBRE-HOMBRE. HOMO HOMINI LUPUS (SERIE: LOS SEIS SUEÑOS DE SAGAN)
EL AUTÓMATA QUE AVISA ( SERIE: LOS SEIS SUEÑOS DE SAGAN)
LEÓLO DETRÁS DEL MONSTRUO, GRACIAS LAUZÓN (SERIE: LOS SEIS SUEÑOS DE SAGAN)

Se pueden determinar tres momentos en la vida de Manuel Barbero -especialmente- en los que se ha cuestionado las difusas fronteras entre lo ordenado y lo caótico. Fruto de esos tres momentos surgió en él la certeza de que, en realidad, dicha frontera no era tal, y que lo que a sus ojos parecía desordenado y rebosante de caos, a los ojos de otra persona podía estar lleno de orden y alejado de lo caótico. Pronto se dio cuenta de que el asunto no era simplemente una cuestión de pareceres: esto parece ordenado, esto parece desordenado. Iba más allá.

El caos y el orden transitaban sobre su propia existencia e, incluso y ahondando un poco más, la existencia en sí podría ser interpretada como una pelota que rebota de lo caótico a lo ordenado para volver a rebotar en sentido inverso una y otra vez.

 

Pasaremos a reseñar ahora tales momentos.

El primero de ellos llegó allá por los años 80 del siglo XX en forma de serie de televisión con nombre sugerente y música embelesadora: Cosmos.

En el capítulo titulado La vida de las estrellas, Carl Sagan invitaba a reflexionar sobre la minucia que somos. Para ello le bastaron dos o tres pinceladas de física y química. Una de ellas decía que todo el universo está formado por un número limitado de elementos, bastante limitado para su inmensidad. En la tierra, por ejemplo, el número de átomos químicamente distintos es de sólo 92 que se corresponden con los 92 elementos químicos naturales y, concretamente, 6 de ellos, sólo 6, conforman el 99% del ser humano. En el mismo episodio se explicaba también que el 99,9% del universo estaba compuesto de hidrógeno y helio. Todo lo que vemos, toda la belleza y todo el horror del universo está formado por un puñado de elementos.

Al terminar de ver el programa Barbero observó -desde el balcón- el aparente caos estelar del cielo y el aparente caos callejero de la ciudad, y pensó: todo esto es hidrógeno y helio, ¿cabe mayor orden universal que reducirlo todo a dos elementos? El saber que todo está conformado prácticamente de lo mismo no sólo neutraliza lo caótico y lo ordena, también nos hace sentir responsables de ese caos/orden en la medida en que nuestros propios ingredientes son los ingredientes de todo ello.

 

El segundo apareció con Karinthy.

Una de las teorías que más han ayudado a ordenarnos como seres sociales es la famosa de losseis grados de separación del húngaro Frigyes Karinthy: cualquiera en la tierra puede estar conectado a cualquier otra persona del planeta a través de una cadena de conocidos que no tiene más de cinco intermediarios. Sólo seis grados, seis pequeños escalones que nos unen al asesino más deplorable o al más grande de los genios. Seis líneas reticulares que dibujan un gran entramado virtual sobre la superficie de la población. De repente, las distancias y el caos con el que uno entiende lo social quedan ordenados mediante seis trazos. Pero la construcción del universo a partir de escasos elementos no sólo deja corta la teoría de los seis grados sino que la reduce a cero: el material con el que está hecho el asesino más deplorable o el más grande de los genios es mi mismo material, ¿acaso no cabe orden mayor y por ende, mayor caos?

 

El tercero llegó de la mano de su padre.

Era verano y parte de su familia pasaba unos días de descanso en un pueblo de Ávila. Mi padre -cuenta el artista- se había quedado en la casa familiar ordenando unos textos que quería publicar. Por azar del destino tuve que regresar a casa sin previo aviso, cuando abrí la puerta de entrada encontré el caos a mis pies, y no sólo a mis pies. Toda la casa estaba empapelada: el suelo, los muebles, las sillas, los barrotes de la escalera, los peldaños, las camas, la cocina, incluso los baños. No había un solo hueco sin papeles, no se podía siquiera pisar. Ante mí un claro espejo del universo, toda la casa llena de papeles cual si de galaxias se tratara, expandidos por todos los rincones sin orden ni sentido. Sin orden ni sentido para cualquiera menos para mi padre que sabía perfectamente en qué baldosa de qué habitación estaba la página 36 o en qué lado del fregadero se encontraba la página 89 del capítulo 5.

 

Todo aquel universo caótico de papeles, en el fondo, estaba perfectamente ordenado.

Lo que Sagan o Karinthy le habían aportado a nivel teórico su padre se lo había servido en bandeja de prácticas. Nunca olvidaría aquella lección magistral sobre el orden y el caos y sobre lo importante que es no hacer juicios de valor desde el desconocimiento.

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