LOS DESIERTOS AJENOS
José Enguídanos
17 diciembre 2008 - 23 enero 2009
Calle Alamade 18, Madrid
La Galería Blanca Soto Arte acoge Los Desiertos Ajenos de José Enguídanos (Albacete, 1962), parte de la última producción del artista .
El artista fiel a su trayectoria pictórica, retorna a uno de sus temas paradigmáticos, el Paisaje. Paisajes inmensos, donde no existe la anécdota, donde aparentemente no ocurre nada, porque son imágenes mentales, grandes territorios que esconden tras su sencillez y aspecto cotidiano, una quietud que desborda atemporalidad, inmensidad, trascendencia. Unos territorios mentales que Enguídanos construye a la manera romántica, con una Naturaleza apabullante y gigantesca en su dimensión real y metafórica. Una visión simbólica que se enfatiza con la aparición de personajes presentadores, que a modo de cicerone, nos introducen en el cuadro dando finitud al espacio infinito.
Enguídanos, El Murmurador de sueños en su anterior exposición en Madrid, viaja ahora a la nada aparente del desierto, al silencio de la reflexión. Su pintura se vuelve menos densa y su gama cromática, aun manteniendo su sobriedad, se llena de azules hasta ahora prácticamente ausentes de sus cuadros y que en esta última producción adquieren relevancia gracias al protagonismo de los grandes celajes poblados de nubes.
Otra de las novedades con respecto al trabajo anterior del artista, es el empleo de la propia superficie del lienzo como elemento conformador del paisaje.
El color pardo de la tela, su textura, aparece constantemente a modo de suelo, de tierra, de infinito, manteniendo la tensión existente entre la masa pintada y la superficie sin pintar, lo ejecutado por el artista y lo ajeno a su intervención, partes de un todo, que se coordinan en una suerte de territorio baldío y a la vez poblado de misterio.
Pepe Enguídanos, desde el territorio común de la literatura y la pintura, desde la trascendencia y la metáfora, desde su propio lenguaje y el lenguaje de su espíritu [...] es capaz de reconocer los espacios naturales, hacerlos suyos y caminar con la complicidad del espectador avisado, para después, sin apenas darnos cuenta, estar dentro del lugar más extenso del mundo: el propio espíritu (Javier Lorenzo Candel).