¿Sigue el mundo siendo igual cuando cerramos los ojos? ¿Se modifica nuestra realidad al otro lado de los párpados? ¿O, por el contrario, no deja de ser toda una ficción que a modo de bálsamo hemos dado en llamar realidad?
Lo cierto es que la Historia - o al menos la que nos han contado - se enhebra en un relato que no deja de ser un delirio compartido, una constelación de hechos que unimos interesadamente y embadurnados en los aceites de la verdad. De modo que, ir más allá, invocar, creer o crear se ha convertido en una necesidad acuciante. Precisamente estas tareas se nos ofrecen como un intento de desmantelar la hegemonía que le hemos otorgado a esa realidad dócilmente aceptada.
A través de la imaginación, de nuestra capacidad para internarnos en las grietas de la vida, para confiar en los mecanismos de la ensoñación y del encantamiento, conseguimos intuir la grandeza de lo que se guarece más allá y, a la vez, constatar nuestra propia insignificancia.
En ENDANGERED FICTION, se articula un relato que bien podría ser un cuento popular, un rezo o un canto de invocación: las obras a modo de Banderas de Plegaria y el espectador como transmisor necesario de su mensaje; las máscaras, símbolo de ceremonia y desacato a la limitante realidad; la guerra como el inevitable rito del mal sueño que nos persigue desde que el mundo es mundo; y el disfraz o el uniforme como esa nueva piel que nos convierte en personajes de una prometedora historia.
Quizá, quién sabe, la ficción sea nuestra mejor realidad.
Quizá, quién sabe, este sea un buen momento para desenterrarla.
J. M. Bayárcal