Esta pareja artística, tanto en la vida como en el arte, explora diversos aspectos de la experiencia humana contemporánea, incluyendo la multiculturalidad, la identidad sexual, la apariencia y el estatus.

 

Su colaboración nació del deseo de trabajar juntos a largo plazo, sin restricciones de tiempo ni recursos. A lo largo de los años, el arte se ha convertido en una dedicación absoluta y una experiencia vital para ellos, desarrollándose en espacios físicos en Berlín, Francia, Japón y Madrid.

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La multiculturalidad de los creadores influye consciente o subconscientemente en el proyecto, alimentada por la convivencia cotidiana y la vida íntima. Consideran el tiempo compartido como una herramienta integradora. El desarrollo visual se fundamenta en la estética y simbolismo de las imágenes, prestando especial atención al detalle en las pinturas para transmitir texturas que conecten con las ideas.

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Utilizan métodos tanto analógicos como digitales, desde lápiz sobre papel y pintura al óleo hasta la captura digital de imágenes.

Emplean diversos materiales como madera tallada, pintura corporal, tatuajes temporales y objetos reciclados.

La construcción de imágenes-referencia implica bisutería, plásticos, alimentos y partes del cuerpo, transformándose finalmente en óleos sobre lienzo, cajas de luz o impresiones digitales.

En ocasiones, combinan estas creaciones con objetos propios para construir instalaciones.

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En su obra, se pueden apreciar dos ámbitos temáticos principales: por un lado, los tiernos micromundos que evocan sobre lienzos blancos, pequeños recortes de un universo en miniatura; por otro, sus flamantes trabajos inspirados en la técnica ancestral del esgrafiado. El punto de unión entre estas dos vertientes lo encontramos en la alegre presencia de sus anchoas, que no pierden ninguna ocasión para jugar, disfrutar y explorar los entornos que les regalan sus dos creadores.

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En los trabajos de Kitazu & Gomez, la presencia del ser humano se reduce así a un mero trasfondo.

El esgrafiado, plasmado con delicioso verismo, tan detallado que cuesta distinguir el lienzo de una piedra, se convierte en una suerte de parque de aventuras para sus pequeños habitantes, más paisaje natural que artefacto humano. Lo mismo sucede también con los cuerpos de los dos artistas: por momentos se tornan visibles, claro que sí, pero siempre se contemplan muy de cerca, desde ángulos extraños, desde los tiernos ojitos de la anchoa y sus amigos.